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Opinión y CríticaPor Elida Román

Por Elida Román

Art Dealer y Crítica de Arte Lima, Perú

Desarrollar una particular, individualizada iconografía personal, como lo ha logrado el artista guatemalteco Elmar Rojas, requiere no sólo del talento, de la habilidad en la transposición de la idea, sino de una absoluta agudeza en la aprehensión del entorno.

Hace ya tiempo Rojas creó estos personajes casi fantasmagóricos a los que llamó “espantapájaros”, en clara alusión a una humanidad pretendida, a un enmascaramiento no culposo, a una total inacción y también a una condición de objeto indefenso.

Desde entonces varios críticos y estudiosos han encontrado en ellos obvias referencias no sólo a la tradición y la mitología, sino también al folklore guatemalteco y hasta referencias a las formas de objetos de uso cotidiano desde la Colonia.

Sin duda que estas disgresiones se apoyan en pautas verdaderas, pero para quienes no estamos familiarizados con el entorno original del artista, la comprensión de su obra, que nos toca y se nos ocurre fácilmente accesible, busca como anclajes para la explicación, referentes más universales, más comunes y más amplios con relación a sensaciones y criterios ajenos. Estos personajes, casi duendes, se me antojan etéreos, leves, imprecisos, elegantes, orgullosos y solemnes bajo sus grandes sombreros, alertas y agudos en esos puntos verdes y rojos casi fosforescentes que simbolizan sus ojos. Espectadores imponentes, permiten que nos unamos a su mirada, que participemos en su experiencia.

Y para lograr este efecto, Rojas se apoya en un efectivo tratamiento pictórico, no sólo el color es un acierto, sino el escoger la materia apastelada, casi neblinosa, instancia de sueño vagamente recordado, donde algunas formas adquieren precisión simbólica con admirable síntesis.

En sus series los ya familiares personajes-idea, alter-ego del autor, transitan, observan, juegan, contemplan, disfrutan, vigilan, dentro de diferentes atmósferas donde las referencias se logran mediante la económica inclusión de uno o dos elementos simbólicos. Y a estos elementos se suman los propios, los personajes y profundos.

Es en este ámbito, interno y externo, donde los espantapájaros – que Rojas nomina y recalca como “suyos” – pasean con absoluta comodidad. No son extraños en este mundo que pudiera parecerles ajeno; también les pertenece.

Extraña capacidad del artista ésta que con suave y aguda sutileza nos cuenta que el mundo todo, le pertenece.

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