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Opinión y CríticaPor Lionel Méndez D’Avila

Por Lionel Méndez D’Avila

Escritor y Ensayista Guatemalteco

Si la producción de un artista es, a pesar de su permanencia, sólo testimonio de la probabilidad que se cristaliza, con mayor razón devienen, hasta “provisionales” los escritos sobre la obra del creador. El estro del creador va adelante y es siempre asunto del futuro. Unicamente la obra de mañana puede decirnos la última palabra, la cual, al sernos comunicada, se torna al instante fragancia del pasado. Las obras de Elmar Rojas constituyen un luminoso ejemplo de estos hechos que nos aleccionan acerca de los arcanos del arte hoy y siempre.

Luego de las series de naturalezas muertas y zopilotes, de protesta, de fusilados, de lisiados en sillas de rueda alevosamente muertos, de entierros, de resurrecciones y nuevas esperanzas, de niñas en jugueterías prodigiosas y de novias azules e ingrávidas, que nos marcan la amplia forja de su trabajo pictórico, los paisajes toman tornan alegres al reencuentro de la vida, y dichas de espantapájaros marcan de nuevo sus espacios plásticos.

Como resulta visible,todas sus obras, nos referimos a las producidas después de la etapa matérica, y particularmente a las fases de los Personajes Conmemorativos y a Los Espantapájaros están resueltas con una clara intención neo-figurativa , en donde las formas tratadas significan humanidades metaforizadas en objetos- personajes.

La intención que lo hace animar el espacio no es geométrica ni inorgánica, sino profundamente humana; de manera que se trasciende esta exigencia para derivar a una dimensión de confluencias históricas colectivas.

Sin embargo, los diseños de estos personajes de redondas formas mórbidas,viene de reconocibles elementos que forman parte de nuestra cotidianeidad.

Se trata de un arsenal riquísimo que provee la tradición de artesanías de Guatemala, la cual Elmar Rojas recupera con soluciones que nos hablan de un registro que revisa las formas y las somete a un espacio en donde aparecen dominadas y desprovistas de su burda terrenalidad.

Veamos por un instante las soluciones compositivas: encontramos básicamente dos maneras y una sóla clave resolutiva. Es la de solución espacial del campo del cuadro que sugiere antecedentes en el arte oriental. Sin embargo, Elmar Rojas que tiene formación de arquitecto, utiliza como recurso, algunas veces, “ Colgar del horizonte” las figuras, con lo cual obtiene, automáticamente, una tremenda diferenciación de distancia dentro del espacio del cuadro. Otras, reduce la escala del objeto que sobrenada en el fondo para establecer así espacialmente la profundidad. Y no tiene otro propósito que introducir atmósfera, y esta atmósfera no tiene, a la vez, otro objeto que no sea el de introducir la luz. Y estamos entonces frente al sujeto del color. También Rojas acude a otras claves formales para resolver sus composiciones: los ambientes exteriores y los ambientes interiores. En los exteriores resulta notable cómo no puede renunciar el peso enorme de la referencia que le plantea un país fundamentalmente agrario y la oferta permanente del paisaje campesino.

El lenguaje plástico de Elmar Rojas, premeditadamente, retiene siempre una porción sin traducir, lo cual veda que el espectador identifique inequívocamente el referente pictórico. No nos damos sin embargo cuenta, en forma inmediata, dónde reside esa particularidad de su lenguaje creativo.

Esto acarrea como resultado que, a pesar que su pintura es esencialmente figurativa y el espacio de sus cuadros está poblado por una muchedumbre de formas que podemos reconocer, éstos no guardan necesariamente ningún nexo de subordinación con la realidad.

No trasladan situaciones socialmente identificables del ámbito de la superficie social al ámbito de la pintura.

El espacio de la plástica de Elmar Rojas es un ámbito lírico contituído de seres metafóricos. Se trata de concreciones poéticas reconocibles sólo porque nos hemos acostumbrado a constatar su presencia en la envolvente de su pintura.

Forman parte de su discurso cotidiano y por ello nos habituamos a reconocerlas. O quizás más bien a reconocerlos. Son simplemente Los Espantapájaros. En este sentido, siguen la senda y el proceso natural de creación de todo universo múltiple y diferenciativo. De tan fabulosos y míticos se vuelven imprescindiblemente domésticos. Familiares. Tal pasa siempre con todo mito que funciona. Principiando por la propia griega y cerrando el círculo con la vasta postración que de ese mundo a la vez caprichoso, temible y veleidoso hace Pablo Picasso en sus series sobre centauros, faunos, y personajes báquicos y voluptuosos a los que fuera tan adicta su temática.

En el caso del mundo de Los Espantapájaros podemos siempre identificarlos como personajes que habitan o más bien animan los espacios que el artista prevé“neutrales”.

El trabajo de Rojas siempre ha estado guiado por una constante de gran preocupación por los valores plásticos. De manera que no puede hablarse, en todo el historial de su pintura, de falta de preocupación por esos aspectos sustantivos del quehacer plástico. Aún cuando desarrollara series sobre la violencia crónica de Guatemala, jamás su trabajo dejó de cubrir este presupuesto básico para la existencia de una obra válida pictóricamente.

La relación entre su obra y la realidad ha llegado a constituírse hoy, de manera radical, en el empeño de acceder a una lírica plástica, a una suerte de poética pura del espacio pictórico.

Implica una madurada filosofía frente al arte. Una postura. Una convicción.

Se sustenta en la necesidad de recuperar estrictamente “el lenguaje intrínseco del color y la esencia de la pintura como tal”.

Conviene, sin embargo, señalar que el trabajo de Rojas ha llegado gradualmente, y por medio de largos procesos de negociaciones y síntesis, a esta firme posición frente al arte. Pensamos más bien que su experiencia refleje y acuse una angustia que en su circularidad termina por estallar hacia adentro del ser social.

Enumeremos aquí los recursos que dan soporte a su lenguaje metafórico.

Se cumple bajo tres presupuestos:

  • Una lograda unidad entre tema, diseño y color.
  • El color está soportado por una esmerada técnica, muy propia, el tema por la visión del mundo y el diseño básicamente por el lenguaje.
  • La recuperación de lo mestizo-popular guatemalteco como fuente de inspiración plástica, a partir de la cual se propone una proyección universal.

Pensamos que la clave de su originalidad expresiva reside en que Elmar Rojas evita siempre que el espectador pueda leer los objetos y las situaciones como la realidad. Rechaza radicalmente la repetición tautológica de los signos de la realidad y crea nuevos signos expresivos que generan una nueva realidad: poética, lírica. Mágica. Sólo así pueden ser todo lo irreal que en verdad son. Y también todo lo inagotable de tanta otra realidad con que nos entregan, conforme nuestra propia imaginación.

LA TECNICA

Si no existe innovación tecnológica propia, raras veces se logra originalidad en lo particular de la producción artística. En la plástica de Elmar Rojas encontramos no menos de tres postulados esenciales con los cuales aborda los distintos procesos tecnológicos.

1)La convicción que sólo el control exigente de una determinada técnica puede dar base a una expresión creativa;

2)El más absoluto respeto a la calidad expresiva, así como los límites y posibilidades que permite el uso de un material pictórico;

3)La certidumbre que no puede darse un arte de vanguardia si no parte de una tecnología innovadora.

Estos principios, a veces sólo implícitos y otras ya perfilados de manera categórica, forman parte más bien de un conjunto de postulados que brindan soporte a la teoría de la arquitectura moderna. Destaca como a todo gran descubrimiento científico tecnológico sigue una nueva edad arquitectónica.

Precisamente uno de los aspectos que tiene como premisa la plástica de Elmar Rojas, es su impecable y creativa factura técnica.

El artista guatemalteco es un avezado investigador de viejos y nuevos materiales y de tradicionales y modernos procedimientos para ser utilizados en la construcción de la pintura.

Ninguna técnica histórica como la encaústica, el óleo, el pastel, la acuarela, los acrílicos y las técnicas mixtas resultan ajenos al artista. Ha experimentado con todos, y al utilizarlos logra siempre imprimirles la huella de su originalidad en el tratamiento y en sus posibilidades.

Podemos constatar en sus trabajos que nuevas etapas son vehiculizadas por nuevos materiales o bien por nuevos procesos que dan lugar a posibilidades inéditas de los mismos.

Con Los Espantapájaros inaugura una nueva ecuación técnica por medio de extendidos campos de acrílicos sobre los cuales caen finas neblinas de óleo para atrapar grandes atmósferas con espacios propicios para la exaltación de personajes conmemorativos que circulan sobre los campos de luz brotados de increíbles colores solares y frutales que vienen de adentro.

En la plástica de Elmar Rojas podemos observar como, a cada nueva estancia de trabajo creativo se opera y perfecciona una nueva y audaz solución técnica que la hace posible.

EL REALISMO MÁGICO EN LA PINTURA DE ELMAR ROJAS

Una pintura muestra una parte del mundo no vista nunca, de una manera nunca vista.

Afirmar que una obra de arte muestra una parte del mundo – es decir, de la realidad – no vista nunca, sólo tiene el propósito de relevar el hecho que nadie es capaz de percibir la totalidad de la realidad. Esta es una idea de Simona de Baeuvoir puntualizada durante un inolvidable diálogo con Sastre. En lo que corresponde a que deba revelarse de una manera nunca vista, se refiere al modo de hacerlo, que algunos identifican con el estilo.

Ensayemos una aproximación – muy genérica – de lo que estos dos aspectos significan en el caso de la plástica de Elmar Rojas: nos percatamos que su esmerada producción plástica nos muestra un universo nunca visto. Metafórico, mítico, mágico, en el cual – de la manera como decidamos connotarlo – sus esencias no corresponden más que a la motivación y reflejo de una realidad a la cual trascienden.

Tal realidad no es otra que la de esa matinal que se llama Guatemala, y ese bullente fermento de órdenes compuestos, de mitos, tradiciones, y oleaje social desanudado, que gravita sobre su diminuto territorio.

Pero la producción artística de Elmar Rojas nos muestra ese universo por la relación que es capaz de establecer con la realidad; es decir, por la forma cálida, humana, poética – con su asombro aún intacto – con que logra traerla hasta nosotros, habida cuenta que su esencia – que es la que el artista atrapa – se muestra y oculta a la vez detrás del torrente de los hechos que estructuran lo puramente empírico.

Nos entrega lo que ocurre cotidianamente, y se expresa ante nosotros de manera caótica y carente de significado. Y, ya no digamos – por lo cual implica una más intensa recuperación -, lo que también se encuentra ahí carente, a primera vista, de encanto, de poesía; en una palabra, y dada la naturaleza originalísima de esta Guatemala, su arte nos depara acceso al ámbito de los real maravilloso.

De manera que, podemos afirmarlo, el artista nos entrega lo abisal que está cifrado allí, en “las líneas de la mano” de nuestra Guatemala, que no somos capaces de ver. De leer. De decodificar. A propósito, el novelista Alejo Carpentier ha escrito: “… lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad ( el milagro ), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o particularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de estado límite. Para empezar, la sensación de los maravilloso presupone una fe.”

Y conviene afirmar que – mediante un acto de fe – nos entrega lo insólito, lo inesperado de esa realidad primigenia.

Más ocurre que esta posibilidad de acceder a la envolvente donde tiene lugar esta realidad – de “riquezas inadvertidas”- se cumple de una manera nunca vista. Es decir, conforme los códigos formales – en este caso particulares – que la plástica de Rojas ha logrado establecer. Por vía de su trabajo original a partir de una decantación y universalización de los diseños, de los deleites formales, de las improntas de la tradición visual artesanal, que hunde sus raíces en las profundidades de lo prehispánico , en los afanes coloniales, y pervive aún mestizada y ennoblecida, debido a su renovada utilización, en el trabajo de los alfareros, ceramistas y productores de artesanías y de tejidos en la convulsa Guatemala de hoy.

También, y esta es otra vertiente a la cual ya nos referimos, la que proviene de la iconografía rural, de la Guatemala agraria y tradicional: de los espantapájaros, los frontis de juguetería, de las iglesias de colación que venden las silvestres vendedoras de “cajetas” a orillas de la laguna de Amatitlán. Y, además, de las cuentas inagotables del paisaje de ranchos, milpas y arboledas primorosamente talladas, ensartadas por los hilos de los caminos que cuelgan de las nucas “gϋegϋechudas” de los cerros. Los perfiles de estos diseños populares los somete a un proceso para hacerlos también insólitos en su figuración – en sentido opuesto a su banal convencionalidad cotidiana – y todo, como buen pintor, en medio de las luces más misteriosas proveedoras del misterio y la magia de las añilinas y las tintas más inesperadas capaces de dar fragancia a sus espacios pictóricos. Es decir, con un estilo propio aunque ubicable en nuestra tierra. Por ello afirmamos que propio …

De manera que estamos en posibilidad de indagar en esta nueva instancia que apunta al significado de la obra de este artista latinoamericano, originario de Guatemala, y que es hoy uno de los más representativos pintores de ese país, tomando como motivaciones dos grandes componentes de su trabajo creativo. Por una parte, en lo insólito de lo que se mira en su dimensión – lo inesperado – y, por otro lado, lo fantástico de cómo se mira esa luminosa porción del mundo que nos presenta. La unidad indisoluble por medio de la cual nos entrega su constancia del universo de lo real maravilloso.

Y, aunque ya el camino en la creación literaria guatemalteca lo había desbrozado Asturias, y era visible cómo – a partir del Popol Vuh, y de los Anales de los Xahiles del libro de los Libros del Chilar Balam – Miguel Angel Asturias lograba recuperar lo insólito, no del pasado, sino del presente de Guatemala. Elmar Rojas descubre también las fuentes de lo abisal guatemalteco – de su presencia – a la vuelta de una decisiva estancia en Europa. La corriente lustral de lo corriente.

La lectura real de lo luminoso de nuestro terruño en las visiones de la dulzura de su geografía contrapuesta a la historia aún irredenta.

“Guatemala sólo es igual a ella misma. Presencias y ausencias misteriosas. No hace falta leer los jeroglíficos. Se leen las estrellas…” – Enunciado en la prosa de Miguel Angel Asturias en el espléndido pórtico para un libro sobre cultura Maya-clásica de Tikal.

Somos del criterio que ahí, tal como lo desbordado de su literatura, en su cuento, poesía y teatro, se asiste a la revelación de ese estado de espíritu, que deviene a su vez de una alucinadora realidad, que constituye el realismo mágico.

La realidad torrencial de esa tierra que es Guatemala.

Lo portentoso de su pasado prehispánico, oculto detrás de un extenuante refinamiento, compone el humus magnífico de ese territorio que es hoy el más indio de esta América mestiza.

De manera que esta inopinada realidad no folclórica sino original, es la materia prima para hilvanar “estados de exaltación” que “grandes lenguas” y pintores talladores transponen para la alucinante alquimia de sus producciones artísticas, ahí derivo el asombro que las obras de Asturias provocaron tempranamente en Europa. De esta realidad de prodigios y sufrimientos, de ese vaso intacto de lo maravilloso que es Guatemala, deviene también el espléndido trabajo creativo de Elmar Rojas. Lo insólito de su contenido se debe al hecho admirable de encarnar ese dominio prodigioso.

Porque hay sitios de la tierra en donde el tiempo social permanece en estado primigenio; en donde, por lo avasallador del paisaje, por la permanencia de su cultura y tradiciones, por lo fermental de su pasado siempre presente, asistimos a la constatación que sus cosmogonías no se encuentran terminadas. Que los milagros, los pactos portentosos, que los golpes de catástrofe, que los sueños, que todo tipo de filtro y prodigios no conforman supersticiones, sino la misma realidad. Que la presencia de un tiempo que se deposita en capas de lenta germinación es como una polvareda, como una neblina que todo lo satura sustanciando el dominio de los real maravilloso.

Uno de esos sitios es Guatemala, la tormentada como alucinante tierra de donde Elmar Rojas es originario.

La realidad de países como este queda entre el absurdo y el prodigio, entre el lugar del milagro y el lugar común, entre lo inverosímil y lo burocrático.

Sin embargo, no se require del mecanismo surrealista – y por eso lo real maravilloso es genéticamente distinto del surrealismo de los europeos – para poder capturar esta desaforada realidad bullente de mitos y órdenes tan distintos. ( no se hace necesario sustraerse de la realidad y remitirse a lo onirico para que puedan contenerla los sueños – abordarla en su prodigiosa exaltación -). Por otra parteel surrealismo ha sido una suerte de fórmula académica que se ha tornado en un extremo, hasta una “receta” intelectual… Sólo se requiere, para tal propósito, de una devoción poética acendrada y de un credo – de un auto de fe – en los valores americanos que yacen en lo profundo de esa realidad. Ser capaz de recuperarlos sin equivocarlos, por ejemplo, con el folclore, o con lo crudo, y aún sin pulimento, de mucho de lo mestizo popular. Por eso decimos oscila entre la vulgaridad y el prodigio. Entre lo burocrático y lo inverosímil. Por eso, es tan delicado y rotundo un arte como el de Elmar Rojas, porque viene de vencer todas esas abrumadoras contradicciones. Transitado con maestría ese espacio diferencial del porpio límite. Esa ontología de donde brota lo autético.

Por ello es que visualizamos que Elmar Rojas representa en la pintura latinoamericana de este siglo, lo que Miguel Angel Asturias, Alejo Carpentier, o García Marquez son en la novelística de nuestra América como forjadores del realismo mágico en la literatura. Sólo en Wilfredo Lam, el gran maestro cubano ya fallecido, hallamos un antecedente en esta línea de creación. También en el mejicano Ricardo Martínez. Pero, en ninguno de ellos había alcanzado tanta sustantivación porque, o bien sus culturas de bases ya estaban de hecho a considerable distancia de ese centro de lo primigenio, o porque los mismos artistas se valen de códigos iconográficos que deben ya mucho a la propia Europa, como es tan patente en Wilfredo Lam y la utilización de un lenguaje Picassiano. ( Es cierto que Picasso había partido de los códigos figurativos africanos, de las esculturas del Dahomey o de Benín, pero Lam partió más bien de “Los Pescadores de Antibes” o de “Las Demoiselles de Avignon” de Picasso, sin necesariamente hacer la regresión a las fuentes originales. Eso es más que evidente. )

Afirmamos que ese sentido que cautiva, que ese delicado misterio que brota de las pinturas de Rojas, que esa atmósfera de mundos alucinantes de mágica luminiscencias poblados de tiernas y amorosas iconografías personales, no es otro que el ámbito – en pintura – del realismo mágico.

Estado de espíritu que tanta y tan merecida exaltación ha alcanzado en la literatura del tiempo presente y que hoy, con el trabajo de este notable artista centroamericano, exije capítulo aparte en el campo de las artes plásticas latinoamericanas. Es el realismo mágico el ámbito que define y sustancia la pintura del artista guatemalteco.

En sus obras constatamos que siempre frente a nosotros se abre un espacio interno de donde dimana un pasado que no pareciera cesar. Que preña todas las cosas allí presentes de una emocionalidad callada y dulce. La obra de Elmar Rojas indaga en el reservorio inagotable de lo mestizo guatemalteco, abrevando en lo primigenio de nuestra cultura. Por ello exhibe y provoca un sobrecogimiento que produce la aproximación amorosa y devota ante la realidad, apreciada genéricamente, ante la cultura. Unitaria – en sí – y redonda- como si fuese una fruta-.

Su trabajo, sin embargo, no discurre por vía inmediata de lo folclórico, o de cualquier otro mecanismo no depurado, sino mediante una laboriosa reconstrucción plástica de ese orden tan compuesto de la realidad que Rojas torno descifrable. Atrapado en su inmanencia para que cautive y alucine desde el fondo de sus producciones.

El artista con talento es capaz de recuperar las esencialidades de una cultura transcribiéndola a otras realidades expresivas concretas. Para el caso, los pasteles, los óleos, los acrílicos; las técnicas mixtas.

Aquí, insistimos, no hay rastro crudo o literal del folklore, sino, únicamente se catalizan las esencias que en un ingenuo empeño el mismo conlleva y así, en síntesis, toda la tradición popular. ( No por desdén alguno o por alguna inexcusable indignidad de lo humilde, sino por necesidad propia de toda poesía, de todo arte, en la decisión de transmutar valores reales a valores poéticos. Sólo por eso. )

Como si del agua limpia se retuviera sólo la propia frescura.

Así. ¡ De qué otro modo – sino – alcanzar el prodigio del misterio, a partir de esa realidad tan contradictoria, tan brutal, tan desigual !

Y frutas y flores y pájaros y personajes fragantes pueblan el espacio pictórico de Elmar Rojas; y magia, prodigios, portentos, encantamientos – y al final – poesía. Todo fascina por estar en medio del silencio sitiado de claridad. Todo es color que se condensa flotando en una neblina delgada que brota desde el fondo donde habita el misterio. El sustrato propio del realismo mágico.

Si prestamos oídos a las primeras frases de la Biblia americana, el Popol Vuh, el libro sagrado de los indios quichés de Guatemala, una de las vertientes – la prehispánica – de nuestra cultura mestiza, las raíces de estas imágenes que ahora vemos en las obras de Rojas se nos presentan, con enriquecedora evidencia, cuando se escribe por ejemplo, el estado original, y sucesiva creación del mundo:

“No había todavía un hombre ni un animal, pájaros ni peces …: sólo el cielo existía …no había nada junto que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo …”

( Como decir que sólo los fondos estaban dispuestos, expectantes, desolados en esa densa semioscuridad sonámbula de dar vuelta sobre sí misma. Como Vía Láctea ciega, sin soles ni estrella, ni cometas aún. )

“ Sólo el creador, el formador, los progenitores estaban rodeados de claridad”.

( Preanuncia que lo que se anima, venciendo el vacío, lo que es creado, aparta la niebla y se rodea de luminosidad. Es, en la pintura de Rojas, afirmado en su existencia por la luz. )

Y continúa el Popol Vuh:

“ Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban que cuando amaneciera debía aparecer el hombre … entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida”.

( El pintor, el creador, tiene indesviable destino de llenar los espacios desolados anteriores a su pintura. De crear los espacios plásticos por vía de su intervención. )

“ Cómo se hará para que aclare y amanezca … que aclare en el cielo y en la tierra; luego la tierra fue creada por ellos … como la neblina, como la nube y como una polvareda … solamente por arte mágico se realizó … y así como se dijo, así se hizo …”

Entonces, el pintor remite afuera del espacio pictórico la oscuridad y empuja hacia el fondo del horizonte el tenue reflejo de los últimos rincones del firmamento. Y declara que sólo un hilo de luz inasible debe separar lo vacío del cielo de la capa costrosa de la tierra y, con pigmentos meteorizados de mágica iluminación, va haciendo reconocibles a los personajes que sólo allí pueden encontrarse; y entre más rico es el personaje, más lo engrandece con flores y pájaros mágicos propios de su rango plástico. Y por eso vemos familias de espantapájaros ricos y familias de espantapájaros pobres, pero, todos están igualmente frutecidos de racimos de pájaros inverosímiles y de floraciones de frutos invulnerables, desde donde se derrama la luz y se vierte sobre el campo pictórico anegando el espacio.

Y también el iridiscente plumaje de flores que perfuman de color el aire en esta exaltación concentrada de tierras en perpetuas primaveras imposibles de extinguir; donde andan colores por el aire con formas de ángeles de Chinautla y agrarios espantapájaros que les florecen aves prodigiosas en el vacío de los hombros, y luceros celestes en los cuencos vaciados de sus rostros de viento y soles de frutas reposando en el suelo como piedras.

Y todo es conforme el misterio y su propia sobrenatural naturaleza, que no es otra cosa que el realismo mágico. El mundo de Elmar Rojas.

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